¿Dónde está el verdadero cambio?
En distintos momentos de nuestra vida anhelamos que las cosas cambien, queremos que sean diferentes y mejoren para nosotros. Generalmente esperamos que esos cambios sean realizados por otros y nosotros esperar sus efectos. Efectos que sean beneficiosos y nos hagan la vida más agradable, más segura y llevadera; ojalá que no signifiquen esfuerzos ni sacrificios de nuestra parte.
Si la realidad cambiara así, de esta forma, la vida sería simple y carente de sentido. No necesitaríamos crecer ni desarrollarnos. Ni siquiera necesitaríamos tener aspiraciones y querer mejorar o buscar superarnos. Tampoco necesitaríamos ser libres e inteligentes ni tener derechos y obligaciones ¿para qué si todo se nos da hecho?
Sin embargo, cada ser vivo, debe cumplir una misión, un rol específico y único, que es su aporte, su contribución especial a la vida y que nadie más lo puede hacer por él porque cada ser es distinto de los demás. Lo mismo ocurre con el ser humano, con la persona humana. Cada una y cada uno de nosotros, así como todo lo que existe, estamos en esta vida y en este lugar, por alguna razón, y estamos para realizar una tarea específica que con el correr de los años la vamos descubriendo, nos vamos capacitando y realizando. Si no la cumplimos y realizamos, estará siempre pendiente y sentiremos frustración, impotencia y malestar crecientes. Por ello, a medida que la persona crece y se desarrolla, debe ir conquistando su espacio, su libertad y autonomía, lo que le irá proporcionando paz interior y armonía, con los demás y con su entorno.
Por lo tanto, quienes desempeñan cargos de dirigentes, de padres, de jefes y de autoridades políticas, especialmente en democracia, deben contribuir a generar las condiciones y respetar a las personas en su dignidad y derechos, partiendo por la libertad y la igualdad, para que así puedan sentirse integrados y que están haciendo su aporte propio y personal a sí mismos, a los demás, a la sociedad y a la vida. En otras palabras que sientan que están cumpliendo su misión.
Cuando ello no ocurre y se cuestiona, discrimina o amenaza a las personas al hacer éstas, uso de sus legítimos y universales derechos, como la libertad de conciencia, de opinión, de asociación, de reunión, de iniciativa económica, de trabajo y se hace un uso abusivo del poder, no sólo la autoridad pierde legitimidad sino que significa volver a la época de las cavernas y a una deleznable tiranía. No es sólo el poder el que otorga legitimidad a la autoridad, sino que fundamentalmente, el respeto, la honradez, el compromiso, la constancia, la prudencia, la templanza, la probidad y un actuar ético y moral, sobretodo cuando se actúa en representación de quienes han depositado su confianza para ostentar ese cargo de autoridad y se administra lo que pertenece a toda la comunidad o a los trabajadores. Nadie tiene atribuciones para conculcar derechos reconocidos y establecidos universalmente. En estas circunstancias, la obediencia no es exigible.
No obstante, la libertad, la autonomía, el superarse, el crecimiento y desarrollo de la persona es una lucha, un derecho, un deber y una conquista permanentes, buscando no sólo el beneficio personal sino que por sobre todo el bien común, ya que sin la comunidad, sin los demás y el entorno no habríamos llegado a existir. Además, el cambio verdadero, valioso y permanente, es el que se produce en cada uno (a) de nosotros (as) y es el que nos lleva a cambiar el entorno y querer transformar el mundo, partiendo por el lugar donde vivimos el día a día. Y ello significa hacer nuestro propio esfuerzo y caminar nuestros propios pasos.
Quienes estén sufriendo estos acosos y amenazas o temores y frustraciones, sepan que la comunidad observa expectante y que no están solos.
Juntos lucharemos y haremos que estas situaciones cambien.
Atte.
Raúl Américo Betancur Ayala.